LAS MUJERES BAUTISTAS EN MIAHUATLÁN DE PORFIRIO DÍAZ, OAXACA.

Ángel Christian Luna Alfaro

4.2.5 El enfoque de género y el análisis de los patrones de migración

Uno de los primeros aspectos que debemos de tomar en cuenta, para explorar la migración desde la perspectiva de género consiste en hallar las disparidades genéricas. Se deben considerar dos tipos básicos de migración: la rural-urbana y la internacional. En ambos casos habrá que plantear las siguientes cuestiones y elucidar todas sus implicaciones (Cazés, 2005: 133-134): • El predominio de los hombres o de mujeres en la migración o en los patrones migratorios que se estudian, y en los grupos de edad de los migrantes.

• La dimensión cuantitativa del flujo migratorio de cada sexo.

• Las actividades remuneradas o no, que se permiten realizar a hombres y a mujeres, y las que realmente realizan.

• La eventual duración de la migración, si ésta tiene lugar para hacer trabajos temporales, y la frecuencia con que esto sucede en períodos más o menos amplios.

• La medida en que los hombres y mujeres interactúan en las sociedades a que han llegado, en qué ámbitos, con qué propósitos, con qué frecuencias y con qué alcances.

• Las expectativas de asimilación al nuevo ámbito, la concepción de que la estancia en éste es temporal, las posibilidades reales de que así sea.

• La organización de los grupos migrantes del mismo origen como comunidades, claramente identificadas y autoidentificadas.

• Los vínculos conyugales que los y las migrantes establecen en su lugar de llegada, y si estos vínculos afectan a otros previos mantenidos en el lugar de origen.

• La reproducción de los migrantes y sus consecuencias en los lazos familiares, comunitarios, legales, etcétera.

Lo que aquí se acaba de enlistar, pese a ser una buena guía para efectuar pesquisas donde se fusione las problemáticas que se presenten con los procesos migratorios bajo la óptica teórica del género, no deja de ser una sugerencia, recordando ante todo, que el ejercicio de las Ciencias Sociales, tiene métodos, posturas teóricas y conceptuales que responden a las características particulares del fenómeno que se investiga. Cazés (2005) no ignora dicha subjetividad, caso contrario, sugiere estudiar no solamente las personas involucradas en el proceso (hombres y mujeres) si no los contextos en los cuales se inserta la inercia migratoria. Por tal motivo, incorporar la perspectiva de género al análisis de la migración implica considerar no solamente a las mujeres como parte del flujo migratorio, sino también tomar en cuenta el impacto y los costos que dichos movimientos generan en la condición y situación de las mujeres esposas, madres o hijas de emigrantes, trastocando además de la composición demográfica, aspectos culturales, económicos, políticos y sociales de las sociedades o poblaciones de origen (Saldaña, 2005). La mayoría de las esposas/parejas de emigrantes afrontan la intensificación de los costos sociales, laborales, emocionales y afectivos, proceso que generalmente se experimenta en soledad, sin ninguna clase de apoyo, programa o política pública que les auxilie en tan complicada situación. Esto las lleva a efectuar no sólo las actividades que les son propias, sino también las que dejan los hombres cuando migran. Para estos casos, las mujeres se convierten en administradoras del patrimonio familiar y de las remesas, así mismo en las encargadas de las actividades agrícolas, en educadora de los hijos, en jefa de facto; y cuando las remesas no llegan o está destinada a otros gastos que no sean los básicos para que funcione el hogar, en generadora de ingresos. El envío de remesas se ha convertido en la principal fuente de ingresos de muchos hogares latinoamericanos y oaxaqueños, aumentando en muchos casos el poder de decisión de las mujeres. No obstante, ello no necesariamente genera un cambio sustantivo de los roles tradicionales de género. Aún al interior de la familia la participación de las mujeres en la toma de decisiones se ve limitada por la figura masculina en el imaginario, aún estando ausente. El temor al señalamiento que pudieran hacer otros miembros de la comunidad limita la confianza para llevar a cabo actividades de tipo social, económico o político. Caso contrario, cuando es la mujer la que emigra, el hombre no suele asumir las tareas tales como la reproducción social, la atención de los hijos e hijas o el manejo del hogar. Este rol tradicionalmente femenino se traspasa a otra mujer, normalmente su madre o su hermana, incluso alguna nueva pareja que el mismo esposo pueda encontrarse para suplir la ausencia de la primera. Si esto sucede en el ámbito de lo privado —el hogar, la familia (nuclear y ampliada) — en el espacio público la situación se torna más difícil. Cualquiera que sea la forma de su inserción en el proceso, la migración afecta los espacios, tiempos y ocupaciones de las mujeres, así como su responsabilidad de reproductoras sociales en el funcionamiento de la familia y la unidad doméstica, pero también, al trastocar la histórica división del trabajo, la migración incide en sus posiciones de poder y dependencia, en sus identidades subordinadas (García y Olivera, 2006). Una de las críticas más fuertes que podemos hacer a la cultura patriarcal, es destacarla como detonante de discriminación hacia las mujeres al respecto de su participación en actividades cívicas y la toma de decisiones políticas (entre otras más). Para el caso oaxaqueño, en donde 418 (73 %) municipios se rigen por el sistema de usos y costumbres, podemos encontrar determinadas prácticas que limitan la participación de las mujeres en diversas áreas de la sociedad. No obstante, también en los otros 152 municipios que se rigen por partidos políticos, las mujeres son discriminadas y obstaculizadas para acceder a los puestos de gobierno o administración pública de cualquier nivel.

4.3 Migración y religión

Las y los migrantes cargan consigo, no sólo pertenencias personales y/o materiales, si no también su moral, educación, tradiciones, creencias, espiritualidad y religión. Esto último, la religión, resulta un elemento de gran importancia, que desde luego les brinda seguridad e identidad, ante la incertidumbre y el cambio de residencia, así como los embates de las nuevas costumbres y dinámicas socioculturales y económicas de su nuevo hogar.

El mismo proceso migratorio al paso de los años, ha traído consigo una serie de reconfiguraciones en torno a las creencias, formas de relacionarse con lo sagrado y la adquisición de una nueva fe. Los mismos cristianos en todas sus variantes, han heredado en diversos tiempos y lugares a las sociedades americanas, en muchas ocasiones como parte de un proyecto político/religioso y en otras como obras de una inercia ajena a sus planes o proyectos de vida.

Muchos y muchas migrantes llegan a tomar los pasillos y redes de su sociedad religiosa, para llegar al nuevo lugar y viceversa. Las mismas iglesias o templos, sirven como lugares donde el o la migrante puede hacer una estancia y recibir ciertos apoyos de parte de la misma para establecerse o continuar con su camino.

Olga Odgers Ortiz (2006) argumenta que tanto el surgimiento de santos protectores de migrantes como la magnitud de las remesas colectivas destinadas a celebraciones religiosas, así como el papel que algunas asociaciones religiosas han desempeñado en la lucha por el respeto a los derechos humanos, o la coexistencia cada vez más visible de prácticas religiosas diversas en ciudades receptoras de migrantes, han puesto de manifiesto la necesidad de considerar al fenómeno religioso en los estudios sobre migración internacional.

Juan Soldado, San Toribio Romo, Jesús Malverde, la Santa Muerte, entre otros más, resultan ser figuras religiosas, que aun siendo marginales (para algunos casos, no aprobados por la Iglesia Católica) denotan los gustos, necesidades y orientaciones espirituales de muchos migrantes, quienes juran promesas ante ellas y ellos, con tal de obtener su auxilio para pasar al otro lado.

La experiencia de los mexicanos que migran hacia los Estados Unidos –y de regreso– permite observar con claridad que existe una importante relación entre la experiencia del desplazamiento y algunas transformaciones en las prácticas y creencias religiosas. Esta relación, no obstante, es extraordinariamente heterogénea, por lo que es difícil identificar patrones o tendencias generales: el mismo factor –la experiencia migratoria – puede producir efectos diferentes e incluso diametralmente opuestos –conversión religiosa o revitalización de prácticas tradicionales, por ejemplo – en regiones distintas (Odgers, 2006: 32). En este sentido, podemos notar que tanto los procesos migratorios humanos, así como los cambios religiosos, resultan sumamente difíciles de cuantificar, registrar y exponer.

El contacto con otras opciones religiosas, el distanciamiento de mecanismos de control social y, sobre todo, la flexibilidad y capacidad de adaptación que la condición de migrante exige, resultan factores determinantes en el proceso de reelaboración de la relación que el individuo establecerá con las iglesias y "las creencias de sus abuelos". Sin embargo, los caminos que ese proceso puede seguir son extremadamente variados y de ninguna manera pueden circunscribirse a los procesos de conversión religiosa. Por ello, el análisis del impacto de la migración en el cambio religioso deja abiertos diversos posibles itinerarios de investigación (Odgers, 2006: 33).

En el caso de las iglesias de corte pentecostal, a diferencia de otras cristianas evangélicas, la apertura e inclusión es más notoria, presentándose casos en los Estados Unidos de América (y en el mundo), la creencia de que el Espíritu de Dios, puede llevar a las iglesias o templos, gente de toda índole. Otto Maduro (2007: 103), al respecto argumenta: Las iglesias pentecostales son a menudo el único lugar accesible donde lo normal y apreciado es que la gente le hable a la divinidad, exprese sus sentimientos y converse entre sí, en su lengua materna, no en la lengua oficial de la región, y pueda así desarrollar el ímpetu para enorgullecerse de usar, conservar y transmitir a sus hijos la lengua materna.

Las mujeres inmigrantes de países latinoamericanos –más aún si están en dificultades económicas, familiares, laborales, educacionales o legales- hallan en las iglesias pentecostales latinas uno de los escasísimos sitios donde reciben respeto, atención y apoyos continuos. Esto las ayuda a compensar y superar numerosas dificultades inherentes a la condición de ser mujer, inmigrante, indocumentada, desempleada, madre soltera, persona de piel oscura, alguien que no habla el idioma o que tiene poca o ninguna escolaridad previa, además aprenden a desarrollar su capacidad de comunicación y liderazgo, su autoestima y sus habilidades para sobrevivir creativamente en el nuevo territorio (Maduro 2007: 108).

Por otra parte, para las migraciones al interior de una región, o nación, la situación se puede volver más compleja y quizás, para el caso de Oaxaca la dinámica en cuestión, se agudice. Las sociedades religiosas en la actualidad, como ya se ha señalado en el capítulo sobre campo religioso, se ofertan sobre el campo social, brindando opciones para los gustos y necesidades de toda índole. En muchas ocasiones, el pertenecer a un tipo de religión, para un migrante que viene específicamente de una zona o poblado rural, y que arriba a una ciudad o espacio más urbanizado, resulta una opción para socializar, educarse, obtener un trabajo, seguridad, conocer nuevas opciones de vida e incluso la posibilidad de hacerse de pareja y como resultado una familia. Esto desde luego, puede llegar a ser más llamativo para una mujer, quien ante la incertidumbre y el ajetreo de la ciudad, puede hallar en su iglesia o templo, un bálsamo.

El cambio religioso, para el caso de Oaxaca, se puede presentar en este proceso (de la zona rural a la urbana) esencialmente del catolicismo hacia una religión cristiana no católica, precisamente por la forma de operar de las iglesias evangélicas, quienes acostumbran trabajar con grupos pequeños de creyentes, atendiéndoles de manera más efectiva y personal. Garma (2004: 35) indica que los procesos de cambio religioso se relacionan frecuentemente con la migración rural urbana. Los nuevos pobladores/as dice el investigador, traen consigo sistemas de representación y prácticas vinculadas a lo sagrado que han sido parte de su tradición cultural desde sus lugares de origen. El cambio a una nueva religión ofrece importantes posibilidades, ya que ésta permite la integración mediante la pertenencia a un grupo de fuerte cohesión que aglutina a sus miembros en un contexto potencialmente hostil.

Durante los procesos migratorios, el valor normativo de las tradiciones locales puede debilitarse por el cambio de residencia, lo cual abre la posibilidad de adoptar nuevos patrones de conducta que sean más favorables a la vida en el entorno urbano (Garma, 20004: 35). Resulta de imperativo recalcar, que éstas dinámicas, no son las únicas que pueden dar explicaciones sobre los cambios o variables de credo. Aunque para el caso que compete a esta pesquisa, si resulta de gran envergadura, citarlo y darle seguimiento en la presente. Las temáticas sobre religión, género y migración, no se encuentran trabajadas o al menos, un servidor no pudo encontrarlas. Por ende el acercamiento que mostramos aquí, no es más que una reflexión de carácter empírica, aspecto que procuré profundizar en historias de vida, de algunas mujeres que se exponen en el último capítulo de esta pesquisa.

4.4 México en el contexto migratorio

Según el reciente informe del Banco Mundial, México se ha convertido en el mayor expulsor de trabajadores migrantes del planeta . Siendo los Estado Unidos de Norteamérica el principal destino de los mismos. Para el caso del arribo de connacionales mexicanos a Canadá o algún país europeo, los motivos y procesos suelen diferir, resultando ser la petición del asilo o refugio político uno de los motivos de mayor recurrencia; no es casualidad que la nación canadiense, en fechas recientes, pida visa para poder visitarle, tratando de evitar o aminorar el asentamiento o naturalización no deseada, por parte de población mexicana en su territorio. En México, según el CONAPO el ritmo de crecimiento migratorio ha ido en aumento a partir de la segunda mitad del siglo XX, pues pasó de poco menos de 30 mil personas en promedio anual durante el periodo 1961-1970 a 390 mil personas en el periodo 2001-2003. Esta última cifra da cuenta de una pérdida neta 13 veces superior a la observada en la década de los sesenta del siglo XX. Mientras que en 1970 sumaron 879 mil personas, en 2003 su número aumentó a 9.9 millones. Por supuesto que el citado ritmo, corresponde directamente a las crisis económicas en la nación mexicana, denotando un empeoramiento con el paso del tiempo. En el mismo informe se señala que entre 2000 y 2005 salieron de México 2 millones de personas para buscar trabajo en Estados Unidos. Una cifra creciente si se toma en cuenta que una década antes, entre 1990 y 1995, el registro da cuenta de una emigración de un millón 800 mil mexicanos. El fenómeno de migración en México se ha caracterizado según sus épocas de oleadas y su intensidad. Existe un primer grupo considerado como el tradicional, conformado por los estados de Aguascalientes, Colima, Durango, Guanajuato, Jalisco, Michoacán, Nayarit, San Luis Potosí y Zacatecas, cuyo rasgo peculiar es su alta intensidad migratoria. Entre 1990 y el año 2000, en promedio anual emigraron hacia el vecino país del norte poco más de 183 mil residentes en esta región. Es tal la incidencia de la migración, que se ha convertido en un fenómeno interno a la sociedad: entre 1990 y 2000, trece de cada 100 hogares participaron con al menos un migrante que partió hacia los Estados Unidos .

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